Somos soledades acompañadas, necesitamos al otro para distraernos de nosotros mismos y para olvidarlo, para no gritarlo, por eso el otro se convierte en una tabla de salvación para no hundirnos en los oceános profundos de nuestras angustias, de estar solo entre tanto comediante.
Cuando somos niños nuestro propio yo se vislumbra, nuestro yo juega, ríe, llora, somos diáfanos, cándidos y sencillos al comunicarnos. Nuestro verdadero yo se perfila, pero, el adulto rivaliza con la libertad y la felicidad del niño, porque el adulto por ser “sensato” escondió en un nicho su yo asustado triste con un recelo y temor de nacer, y se convirtió en el más profesional comediante. A estos “sensatos” los admiran, los proclaman, los imitan y los aprueban. ¡Pobres diablos¡ se encuentran tan vacios de emociones, pasiones de alegría y serenidad. Por ende hablan tanto, son amables y solidarios “los cuerdos... los adultos que se hacen llamar personas equilibradas y racionales”
Por eso el otro es más importante que yo, porque él me aprueba y compartimos la misma farsa y quimera… los dos nos desafiamos por quien tiene más capacidad y habilidad de negación, quiero decir quién es más cuerdo para el drama que requiere la sociedad.
¿Ser? Nos angustia ser nosotros mismos y elegimos por la desazón más recóndita No ser